La red vecinal de Hortaleza que acoge a los menas en sus casas
Los voluntarios de Somos acogida 'adoptan' a jóvenes inmigrantes que se quedan en la calle al cumplir 18 años. «A los que les hemos dado una oportunidad la han aprovechado», cuenta su fundadora
Ayuso denuncia que 2.375 menores extranjeros han llegado a Madrid este año

La primera vez que Belén oyó hablar de Palami fue a través de una llamada de auxilio de la asociación Somos acogida, que ayuda a los menores inmigrantes que pasan por el Centro de Primera Acogida de Hortaleza. Habían visto a un adolescente en ... las inmediaciones de esta residencia durmiendo entre unos matorrales y tenían que evitar que durmiese al raso. Solo llevaba un pantalón corto y unas chanclas. «Yo estaba leyendo todo y alucinando, me parecía terrible. Me lo hubiera traído a mi casa esa misma noche. Ese chico tenía problemas y yo una habitación libre. Pero esperé para contar también con mi marido y mi hijo, aunque estaba convencida que iba a ser una experiencia estupenda para todos», reconoce Belén, que respiró tranquila cuando vio que le habían conseguido plaza en un hostal. La asociación le costeó una pensión durante dos semanas más, el tiempo que tardó en mudarse al chalet de esta voluntaria, donde ya lleva viviendo casi dos meses.
Palami le contó a Belén su historia cuando vio en el telediario la imagen de una patera accidentada. Cuando el joven empezó a hacer aspavientos, ella se dio cuenta de que estaba reviviendo su odisea: «Cogió la barca en Senegal, su país, con su hermano. No pagaron, porque esperaron a que zarpase y se metieron dentro corriendo. Estuvieron ocho días en el mar, apelotonados, hasta que llegaron a Tenerife. Y su caso no es de los peores...».
Unos días después le trasladaron al centro para menores extranjeros Hortaleza, pues según su pasaporte senegalés tiene 17 años. Sin embargo, a los cuatro días fue expulsado, ya que la Fiscalía determinó que era mayor de edad. «No es una acogida al uso, porque legalmente él es adulto. Es como si te traes a cualquier persona a casa», apunta esta madrileña mientras Palami juguetea con Lola, la perrita de la familia. Aún no habla demasiado español, pero entiende casi todo. Y si lo necesita, echa mano de un libro de castellano-wólof que tiene. La sonrisa que se le dibuja en la cara cada vez que habla de su vida con «mami» o de Hugo, su nuevo 'hermano' adolescente, demuestra que es consciente de la suerte que ha tenido al cruzarse con esta red vecinal.
Somos acogida nació de la empatía desbordante que empezó a sentir Emilia, una jubilada que vive enfrente de esta residencia para menores extranjeros, por estos chicos. «Los veía en el parque cuando salía a pasear y me percaté de que todo era injusto con ellos: las miradas, la gente que se apartaba... Empecé a conocerles y les invité a mi casa a tomar café. Pasaban toda la tarde en la calle, sin nada que hacer. Cuando están contigo empiezas a quererles y ver sus necesidades», recuerda esta vecina, que empezó a organizar clases de español y otras actividades lúdicas.
Sin embargo, pronto se percató de otro drama: cuando cumplían 18 años dejaban de tener un techo. Así es como Mohammed (y después muchos otros) empezaron a convivir con Emilia y su marido. Pronto ayudó a otros voluntarios (más de una treintena tiene ahora la agrupación) a hacer lo mismo. «El objetivo es acompañarles hasta que sean independientes. A los que les hemos dado la oportunidad la han aprovechado. Creo que ellos nos aportan más a nosotros que al revés», defiende Lozano, que ha montado una casa solidaria con ocho plazas para estos chicos en su localidad natal, La Puebla de Almoradiel (Toledo).
Dificultades
Sin embargo, el camino de la integración de estos inmigrantes jóvenes no es tan sencillo. «Lo que más me fastidia es no poder hacer más cosas con él. Estamos esperando a que nos manden su documentación de Canarias para intentar normalizar su situación», reconoce esta administrativa, que no para de moverse para que su huésped no pase todo el día frente al televisor o con el móvil. Así, Palami (como le han bautizado en casa de Belén, «porque su nombre es impronunciable», confiesa entre risas) asiste tres veces por semana a las clases de español de Somos acogida, pero sin papeles no puede acceder a ningún tipo de formación reglada. Además, él nunca ha ido a la escuela, sino que ayudaba a su padre, que se ganaba la vida como pescador. Tampoco puede apuntarse a un polideportivo, aunque Belén logró que otra organización de Hortaleza –«este barrio siempre ha sido muy asociativo», reconoce– le admita en su club de baloncesto: «Los niños le acogieron muy bien, uno venía a casa a buscarle para enseñarle a ir en autobús».

Incluso recibir asistencia sanitaria se complica. «Palami se hizo una herida en un tobillo y en el hospital me dijeron que si no tenía tarjeta sanitaria le iban a atender pero lo tenía que pagar yo. Desde la asociación me dijeron que no diera mis datos, sino los suyos. Luego, eso sí, las enfermeras fenomenal, y ya está mejor. Es muy duro», relata Belén.
Sin miedo
Con todo, ella se queda con lo positivo. «Mi hijo dice que se quede siempre, aunque luego a veces tiene celos, porque le digo que a Palami solo le tengo que decir las cosas una vez para que me haga caso», bromea. Hace un par de semanas charló con la familia de Palami por videollamada: «Es una realidad muy distinta a la nuestra. Yo quería decirles que su hijo está conmigo y estamos bien. Me gustaría que aprovechase el tiempo que pasa con nosotros para progresar. Ha venido a España para ayudar a su familia y lograr lo que todo el mundo quiere: familia, casa, dinero...». Al hablar del futuro al tímido Palami sí se le ilumina la cara: «Quiero ser mecánico».
Ni Emilia ni Belén ven que estos chicos generen en sus vecinos la «inseguridad e intimidación» que denunció Vox en uno de los últimos plenos del distrito. «Puede haber molestias. Pero la Policía ha desmentido que haya más violencia, no vienen a eso estos niños. La inmigración es una realidad que está ahí. Es complicada de gestionar, pero al final hablamos de personas», sentencia Belén.
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